Las consecuencias que dejó y sigue dejando la pandemia mundial por el Covid 19 en el mundo no es la única causa de pérdidas millonarias en la agricultura. A esto se suma el cambio climático, que dejó huellas devastadoras con incendios, calentamiento global y a una plaga de langostas del desierto que han empeorado las condiciones de vida de 42 millones de personas en el Cuerno de frica, la península arábiga y Asia suroccidental.
En un informe recientemente publicado, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), alertó acerca del impacto de desastres y crisis en la agricultura y la seguridad alimentaria. El documento detalla el aumento de los desastres naturales desde el comienzo de siglo, con catástrofes que causaron pérdidas en la agricultura mundial por valor de 280.000 millones de dólares entre 2008 y 2018.
Actualmente la incidencia anual de catástrofes triplica con creces la registrada en las décadas de 1970 y 1980, indica el informe.
“En ningún otro momento de la Historia moderna, la humanidad ha hecho frente a tal variedad de riesgos y peligros, que interactúan en un mundo hiperconectado y que cambia rápidamente”, se explica en el documento.
Los desastres naturales afectan especialmente al sector primario, según el organismo de Naciones Unidas, que destaca que el 63 por ciento del impacto total de las catástrofes va a parar a la agricultura en los países menos desarrollados y los de ingresos medios y bajos.
Así, las pérdidas por desastres alcanzaron, en el periodo 2008-2018, los 30.000 millones de dólares en África, los 29.000 millones de dólares en América Latina y los 8.700 millones en los pequeños estados insulares en desarrollo del Caribe.
La sequía aparece como principal responsable de las pérdidas, a la que se suman las inundaciones, tormentas, plagas, enfermedades y los incendios forestales.
América Latina sufrió los peores momentos de pérdidas en su agricultura a mitad de la década, cuando el fenómeno climático de La Niña devastó cosechas en Argentina y Brasil en 2012 y en América Central en 2014.
El calentamiento global alcanzó 1,1 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales en 2019 y la década de 2010 vivió siete de los diez años más cálidos registrados, lo que “ha intensificado las inundaciones, las sequías, las olas de calor y la escasez de agua, con impactos económicos y sociales directos”.
Con respecto a los incendios, han pasado de 67 millones de hectáreas por año en el periodo 2003-2012 a 98 millones en 2015, afectando entre 1.000 y 1.700 millones de personas viven de recursos forestales.
Estos eventos han golpeado también especialmente a países desarrollados como Australia, Grecia o el estado de California en Estados Unidos.
Estas pérdidas ponen en riesgo todas las dimensiones de la seguridad alimentaria y la nutrición, desde la disponibilidad de alimentos a su uso y estabilidad en el tiempo, advierte el informe. El informe destaca la importancia de “establecer un marco de resiliencia a los desastres que sea una piedra angular para una mejor producción, una mejor nutrición, un mejor medio ambiente y una vida mejor”.
En tanto la pandemia de la Covid-19, tema también abordado en el informe, supone una carga adicional para los sistemas agroalimentarios, pues agrava los riesgos sistémicos existentes y repercute en las vidas de las personas, los medios de vida y las economías de todo el mundo.
Para el director general de la FAO, Qu Dongyu, “ la perturbación provocada por la Covid-19 puede empujar a un mayor número de familias y comunidades a situaciones de mayor dificultad”.
“Las repercusiones de las catástrofes son amplias y requieren esfuerzos inmediatos para evaluar y comprender mejor su dinámica, de manera que se puedan reducir y gestionar de forma integrada e innovadora. La urgencia e importancia de esta tarea nunca han sido tan grandes”, aseguró.
Por ello, la FAO propone el uso de nuevas técnicas para cuantificar de forma más precisa los daños causados por los desastres naturales, pues los avances en una evaluación más precisa de las pérdidas serán cruciales para que la agricultura juegue su papel en la “erradicación del hambre, el logro de la seguridad alimentaria y la promoción de un desarrollo sostenible y crecimiento económico”.
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